Por Jaime Queralt-Lortzing Beckmann
Hay quien contrapone estos dos conceptos como dos maneras diferentes de gestionar una compañía y no hay porqué. No estamos ante dos lugares antagónicos, ni mucho menos, más bien al contrario, deben ser complementarios.
¿Y por qué digo esto? Pues porque ni la empresa puede olvidarse de sus objetivos, ni tampoco de mantener sus valores para llegar a ellos.
La gran tragedia de la dirección por objetivos ha sido el cortoplacismo cada vez mayor en el que ha ido cayendo. Este pensar únicamente en el corto plazo ha obligado a los ejecutivos de estas compañías a arrumbar el pensamiento estratégico. Cuando los resultados que te preocupan se centran en el Q3, o peor aún, en el próximo mes; la dirección se convierte en errática, en una suerte de espasmos que hacen que la propia táctica parezca largoplacista.
La toma de decisiones deja de estar sustentada por la estrategia y eso desorienta al equipo encargado de seguirla. La pregunta que les surge de: – “¿Por qué hacen esto?, no entiendo nada”, se oye en cada esquina y tiene mucho sentido.
La estrategia son los raíles sobre los que debe rodar el desempeño de los diferentes encargos directivos. Si la hundimos bajo la mirada miope del cortoplacismo, los encargos descarrilan.
Pues precisamente es la dirección por valores la que nos devuelve las luces largas. Nuestros valores corporativos han de ser los que hagan brillar la estrategia y nos den la oportunidad de volver a mirar al largo plazo.
Esto no significa, sin embargo, que haya que olvidar nuestros resultados. Tenemos que analizar si están en consonancia con nuestros valores y si, con la estrategia que hemos trazado, creemos que seremos capaces de alcanzarlos. Si no es así, habrá que cambiarlos. Los objetivos, porque de lo contrario, volveríamos a las andadas del corto plazo.
Una pregunta ingenua para directivos: ¿Cuántas veces ha dicho, o le han dicho, últimamente “Bueno, tú pon ahí eso. Sabemos que no llegaremos, pero ya lo explicaremos”. Éste es de verdad el cáncer del cortoplacismo mellando las entrañas de nuestra empresa.
Los objetivos tienen que hacerse de abajo hacia arriba, como la suma de los objetivos particulares de individuos o unidades de negocio. Si van de arriba hacia abajo, estaremos quebrando nuestros valores o principios, que se basan en que cada cual sea un empresario por cuenta ajena en su puesto de trabajo.
Nuestros valores son los que nos van a garantizar que, cumpliendo nuestros objetivos y haciendo todos los movimientos tácticos necesarios, mantenemos el rumbo de la estrategia que en su momento nos marcamos.